sábado, 24 de julio de 2010

SÁBADO

JOSÉ WATANABE


Watanabe es un poeta trujillano nacido en Laredo en 1946. En clase leímos algunos de los poemas de "Cosas del cuerpo" y luego nos fuimos a casa, apurados y en silencio. Es cierto que no le dimos el tiempo necesario, hubiéramos tenido que leer la oruga y luego planteo del poema, tendríamos que haber comenzado diciendo yo soy el guardián del hielo, para luego derretirnos amorosamente sobre una hoja de trébol, pero no, la poesía tiene sus reglas, como la vida, como la calle: casi nunca algo es gratis. Ahora lo sé, ahora que ha pasado tanto desde la primera vez que leí, sin mucho interés, los poemas de un peruano con apellido de personaje de novela japonés, ahora que dejo el teclado a un lado, obligado repentinamente a hacer silencio para escucharle hablar de una mantis, no sé, de pronto me interesa saber qué última palabra puede ser esa que pronunciara una mantis macho abandonando su vida al lado de la hembra que ama, nada es gratis Watanabe, supongo que siempre lo supiste, más ahora, que estás muerto y que te escucho a través de unos parlantes, con esa voz de profesor de escuela o de papá que arropa a su hijo antes de acostarse.

Sala de disección

((Poema de José Watanabe, poema que leí hace mucho, poema que me gusta, poema que quisiera que lean mi madre, mi tío, o mi hermana.))

Un cadáver puede provocar una filosofía del ensimismamiento,
sin embargo los estudiantes admirablemente
estaban entusiasmados con su muerto,
lo rodeaban
y discutían con fervor la anatomía de ese cuerpo de piel coriácea.
Yo aprendía otra lección:
la vida y la muerte no se meditan en una mesa de disección.
Los estudiantes me previnieron
que iban a extraer el cerebro. Permanecí con ellos:
a veces soporto lo siniestro sin perturbarme demasiado.
No hay sofisticación instrumental para retirar un cerebro,
una modesta sierra de carpintero
cortó el cráneo a la altura de las sienes,
luego sumergieron el órgano mítico en un frasco lleno de formol.
Yo me dediqué a observarlo, solo, en otra mesa
mientras los estudiantes seguían cotejando su denso libro con el muerto.
Sorpresivamente
una burbuja brillante brotó del interior del cerebro
como un mensaje venido de la otra margen,
y no había boca que lo pronunciara.
No había boca.
La burbuja, muda, se deshizo en ese aire levemente podrido.


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